miércoles, 27 de agosto de 2014

Marcus XXXIII

Sara se desploma al entrar en su casa y me quedo estupefacta. Suelto las bolsas que traíamos en el suelo y me arrodillo junto a ella. Su pulso es débil. Intento despertarla pero es inútil. Nunca tuve mucha fuerza pero como puedo cojo a Sara en brazos y la llevo hasta el sofá. Diría que pesa hasta menos que yo, y eso que es bastante más alta.  Entro en la cocina buscando hielo y un trapo. Lo humedezco, envuelvo el hielo y se lo coloco alrededor de la cara y por el cuello,  pero no reacciona. ¡Ya no sé qué más hacer! Saco el móvil del bolsillo y marco al 112. Suena el primer bip y noto como alguien me aprieta la mano. Ella se ha despertado así que cuelgo. 
-¿Por qué lloras?-me pregunta. 
Ni si quiera me había dado cuenta de que estaba llorando. Seco las lágrimas de mis mejillas y la abrazo tan fuerte que sé que le estoy haciendo hasta daño. Así que la suelto y la miro fijamente a los ojos. Ella me devuelve la mirada durante un instante y luego mira a su alrededor buscando una explicación. 
-¿Qué ha pasado?-me pregunta intentando incorporarse, pero no puede hacerlo y vuelve a tumbarse cerrando con fuerza los ojos. 
-¿Que qué ha pasado?-respondo enfadada-¡Que te has desmayado en la puerta!
Sara abre los ojos a la vez que se sienta en el sofá a mi lado. Vuelve a cerrarlos e intentando forzar una sonrisa me mira de nuevo. 
-¿Que me he desmayado?-pregunta como si de verdad se sorprendiese.-Pues se me debe de haber bajado la tensión o algo.
Y mientras dice eso se levanta del sofá dirigiéndose a la cocina. La sigo intentando comprender lo que pasa pero no lo sé. En ese instante me llega un WhatsApp y me da por mirar la hora, son las cuatro y cuarto y la realidad es que yo estoy muerta de hambre. 
-¿Desde cuándo no comes?-la pregunta llega directa al corazón como un puñetazo en el estómago. 
Sara tarda en responder. Se queda pensativa dudando entre qué decir. Lleva sin comer desde ayer al medio día pero no tiene hambre. No tiene nada de hambre. Antes comían en el comedor del colegio, pero ella lleva ya tiempo sin quedarse porque siempre sale con la excusa de hacer algo. Intenta responder con una media sonrisa. 
-Desde hace un rato. ¿Por qué?
-¿Y cuándo es hace un rato? Porque yo no como desde el desayuno y tú llevas prácticamente todo el día conmigo. 
Veo que Sara se gira y me mira. Sé lo que está pensando, como inventarse un momento en el que no hayamos estado juntas pero no lo hay. Se rinde y baja la mirada. 
-No he almorzado.
-Pues vamos a comer algo, que yo tengo hambre.
-No, no  me apetece.-responde.-Come tú, si quieres, yo voy a ir organizando las cosas. 
Hago como si no la hubiese escuchado y la ayudo a sacar todas las cosas para la fiesta, nos ponemos a guardar bebidas, hacer sándwiches, colocar las cucherías en cuencos, contar si faltan muchos vasos. Después de eso, voy colocando los altavoces, dejo la música en el aleatorio y suena de fondo una canción de Grace Kelly que nos gusta mucho a las dos. La cantamos pegando saltos por toda la casa hasta que acabamos tiradas en el sofá riéndonos a carcajadas. Intento recuperar la respiración después de tanto reírnos.
-Vamos a comer algo-digo cuando consigo hablar con normalidad-Y ni se te ocurra decirme que no. 
Se rinde sin oponer resistencia porque es consciente de que no lo está haciendo bien. Abro algo de las patatas para luego y nos comemos un bocadillo cada una. La veo comer al principio muy despacio, pero luego lo devora como si fuese a quitárselo, tenía que estar muerta de hambre, y no me extraña. Son las seis menos cuarto y ya estoy cansada, no me quiero imaginar la tarde que nos queda. Subimos arriba y preparamos las camas para cuando se vayan todos. Sabemos que no vamos a dormir, pero por si acaso tiramos los colchones al suelo, colocamos las sábanas y dejamos la puerta de esa habitación cerrada. 
A las seis suena el timbre y comienza a llegar gente. Primero viene Ari acompañada de Pablo y de ese tal Carlos que nos presentó una vez y con más cosas. El chico es, si cabe, más guapo de como lo recordaba. Detrás de ellos viene mucha más gente, Marcus viene con unos pocos amigos del equipo de fútbol. Cuando me doy cuenta medio instituto está en el salón de la casa de Sara, todos hablando, gritando y riendo. Hay que poner un poco de orden antes de que llegue Lydia, ella no puede escuchar ruido desde fuera. Me subo encima de la mesa de salón y pego un grito. Todo el mundo me mira y me sonrojo aunque hablo:
-Señores, señoras, escúchenme. Lydia no debe intuirse nada hasta que no entre y gritemos sorpresa, y ustedes arman muchísimo jaleo así que les pido que se escondan detrás de los sofás, de las cortinas, debajo de la mesa, o donde se les ocurre dentro del salón; pero, por favor, que no se les vea ni hagan ruido, en menos de diez minutos ella va estar aquí. Cuando yo encienda la luz tenemos que gitar "¡Sorpresa!" ¿vale?
Unos pocos asienten con la cabeza mientras el resto va a esconderse en algún lugar. Cuando veo que más  o menos todo el mundo está organizado me bajo de la mesa con un salto. Marcus, al que aún no había podido ver tranquila, se acerca y me besa muy suavemente. Al cerrar los ojos recuerdo el beso que casi le doy a Eric y me estremezco. Tengo ganas de llorar, no sé qué me está pasando, quiero a Marcus, lo quiero muchísimo, y no puedo hacerle daño. 
Sujeta mi cara entre sus manos y me mira fijamente. Trato de sostenerle la mirada pero me cuesta. Entonces, me da un pequeño mordisquito en la nariz y me abraza con fuerza. Me dejo llevar en ese abrazo y noto como las lágrimas rodean mis mejillas, intento retenerlas y mientras él me acaricia el pelo lo consigo. Ariadna me llama y me separo de Marcus, le sonrío y le beso. Me giro hacia Ariadna y me hace señas. Lydia está cerca, estoy nerviosa, espero que salga todo bien porque llevamos mucho tiempo preparando esto. 
Llaman al timbre. Es Lydia, con Carla. Lanzamos una última mirada al salón revisando que este todo en orden. Marcus se pega a la pared y apaga la luz. Es el momento exacto. Abro la puerta y le damos dos besos a cada una. Carla trae una peli así que vamos al salón como si fuésemos a verla. Al dar un paso dentro en el salón Marcus enciende la luz y todos gritan a la vez "¡Sorpresa!" Lydia abre la boca y Pablo, su Pablo, se acerca hacia él con un ramo de doce rosas rojas. Un par de lágrimas ruedan por sus mejillas. Y la veo sonreír tanto que no recordaba haberla visto tan feliz desde hace mucho tiempo...

domingo, 17 de agosto de 2014

Marcus XXXII

La noche antes de la fiesta lo padres de Sara se han marchado ya y no hay nadie a parte de ella en casa. Todo está oscuro, y desde el interior solo se escucha el sonido de los coches al pasar por delante de su ventana, cerrada a pesar del calor. Tapada hasta arriba trata de conciliar el sueño, dando vueltas de un extremo a otro de la cama. Está tan cansada que podría quedarse dormida de pie, pero cada vez que cierra los ojos, tiene la necesidad de abrirlos. "Jodido insomnio" piensa mientras se levanta con desgana. Aún no son las doce, y baja por un vaso de agua. Una gota de sudor cae desde su nuca hasta el coxis, y se estremece. Su cabeza no para de darle vueltas a lo mismo y aunque intenta alejar esos pensamientos no puede.

El agua fría cae en su estomago vacío y este ruge. No ha cenado nada, realmente tampoco recuerda bien si ha almorzado hoy, pero qué más da. Apaga la luz de la cocina y sube las escaleras. Para en el último escalón, un poco mareada, y decide poner el aire de su cuarto nada más que entra. Se sienta en el escritorio y enciende el ordenador. No tiene intención de volver a la cama, pues sabe de sobra que no va a quedarse dormida. Introduce la contraseña para estar en twitter un rato mientras pone de rap de fondo. Swan Fyahbwoy es droga para sus oídos, y una leve sonrisa aparece en su rostro escuchando su canción favorita, aunque no tarda mucho en desvanecerse. Decide escribir, por si así puede relajarse.

"Hace tiempo que nada es como antes y es como si nadie se diese cuenta. Estoy cansada de estar cansada, de no dormir, de esas voces que me repiten todo lo que hago mal constantemente. Estoy cansada del instituto, de la gente, de los insultos y de todo lo vivido hasta ahora. Echo de menos ser pequeña. Poder correr, reír y jugar como si no hubiese otra cosa. Sin preocupaciones, sin complejos, sin líos, solo con una única meta, la de reír y ser feliz hasta que te doliese la barriga de hacerlo. Cuando pensabas que podías comerte el mundo y que el mayor problema era perderte tu serie favorita. 
Y mírame ahora. Rota, con heridas. Tanto por dentro como por fuera. Tan vacía que podría caer en picado en mi propio vacío. Y es que es increíble como se cambia con los años...y con los daños." 

Pulsa el enter y guarda ese texto en una carpeta donde hay otros cientos de ellos. ¿Algún día alguien los leerá? Sabe que no. O, al menos, eso espera. Es mejor hacer ver que todo está bien que mostrar como te sientes realmente. Tampoco es que a nadie fuese importarle su vida, ni cómo se siente realmente. Apaga el ordenador y vuelve a la cama. Demasiado grande para ella sola, eso es lo que siempre ha pensado. De toda su casa en general.
Sus padres casi nunca han estado en casa. De pequeña, siempre había una tata, que la cuidaba, y solo los veía los fines de semana, a veces, ni eso. Por eso, la casa le parecía demasiado para ella sola.  Aunque para cosas como las de mañana venía siempre bien.  La fiesta tenía que ser increíble, por su amiga, porque ella no tenía ganas ninguna. Aunque quizás mañana fuese otro día y si le apeteciese.
Piensa en mandarle un whatsapp a Alicia antes de ir a dormir. Mira su última conexión. Es hace un minuto. Se muerde el labio y escribe un "te necesito" que rápidamente borra. Bloquea su smarthphone, y lo vuelve a dejar en la mesilla. Hace no mucho, se pasaban horas y horas hablando. Y es que las cosas han cambiado demasiado desde entonces. Demasiado para su gusto, pero nada dura para siempre. Y quien quiera creer que sí, vive engañándose así mismo. Cierra los ojos intentando dormir pero no se queda dormida hasta bien entrada la noche.

Estoy con Alicia caminando en silencio hacia mi casa. Un silencio incómodo entre nosotras cuando antes no podíamos ni quedarnos calladas, ahora es como si nos separase la distancia a pesar de estar a centímetros. Es ella quien decide romper el hielo.

-Estás más delgada-dice mirándome a los ojos fijamente-bastante más delgada.
Esa frase es como una patada en el estómago. No lo estoy-pienso-desde luego que no. Cierro los ojos un segundo, tratando de encontrar una respuesta. Suspiro y vuelvo a abrirlos.
-No lo estoy.-respondo después de un buen rato.
-¿Qué no lo estás? Mírate anda. Claro que lo estás.

Decido simplemente no responderle. No voy a discutir algo en lo que nunca nos vamos a poner de acuerdo así que simplemente sonrío y acelero un poco el paso.
Entramos en mi casa, voy a soltar las cosas y de repente, todo lo que veo es oscuridad. Eso es lo último que recuerdo.